El experimento de la cárcel de Standford
El primer día que acudí a clase de psicología social el profesor proyectó algunas definiciones de esta ciencia. No las recuerdo al pie de la letra, pero sí que todas tenían que ver con la interacción. ¿Cómo podía sustentarse una ciencia en algo tan efímero como la interacción?
Pero poco a poco, según transcurría el curso, me iba interesando cada vez más por la psicología social. Las teorías de los psicólogos explican fenómenos que nos rodean. A veces, tomando café con mis amigas, me cuentan sus reflexiones sobre actitudes de otras personas, rumores, prejuicios, estereotipos, etc. que se parecen mucho a las teorías que aprendí en clase.
Del mismo modo, yo también pensaba en todo lo que se hablaba en la universidad. Algo que siempre me ha llamado la atención ha sido el poder de las diferentes situaciones y su influencia en las actuaciones de las personas.
¿El mundo me cambia a mí o soy yo la que puedo cambiar el mundo? Las modificaciones en las cogniciones, emociones o percepciones pueden suponer un impulso para la acción, dotar de capacidad y energía al individuo, pero si no van acompañadas de modificaciones objetivas en su entorno de relaciones físicas y sociales, la persona retrocede, se ajusta a las condiciones o se queda enganchada de quien le ayudó a cambiar su forma de ver y sentir el mundo.
Un día, hablando de las hipótesis evolucionistas, las explicaciones biológicas y los estereotipos, el profesor nos puso un vídeo: el experimento de la cárcel de Standford. Después de ver este video todo cambió.
Parecía que los cambios objetivos externos tenían una influencia mucho más directa en las transformaciones internas. Yo soy una persona pacífica, y puedo hacer predicciones de que mi conducta será así ante una pelea o un conflicto. Esto pensaba yo, cuando aquel día en clase se derrumbaron mis esquemas (quizá para construir otro nuevos, más rígidos).
Después de ver el experimento que el doctor Zimbardo llevó a cabo en el verano de 1971, me di cuenta de que si la situación cambia es muy difícil predecir cuál será nuestro comportamiento. No sabemos cómo vamos a reaccionar, por ejemplo, en una guerra.
En una entrevista de Myriam López Blanco al profesor Philip Zimbardo, titulada “¿Por qué los chicos buenos hacen cosas malas?”, para el magazine Kindsein, el profesor decía:
¿Cómo podemos estar seguros de qué haríamos o dejaríamos de hacer en situaciones nuevas, diferentes de la que hemos encontrado hasta entonces? Desafío las nociones básicas de quiénes creemos que somos, y lo bien que nos conocemos nosotros mismos y a otros durante nuestra vida. ¿Y cuál es nuestra capacidad de predecir lo que harían otros a los que creemos conocer bien cuando la presión de la situación les seduzca hasta el punto de violar principios morales o legales? Sólo nos conocemos nosotros mismos, a nuestra familia y amigos, a partir de pequeñas muestras de comportamiento en un número limitado de situaciones, en las que a menudo todos estamos jugando papeles concretos. Cuando nos empujan a situaciones completamente nuevas los viejos hábitos o las características de nuestra personalidad ya no funcionan o no son relevantes y somos vulnerables a las fuerzas de la situación, tales como la dinámica de grupos para conformarnos, la dilución de la responsabilidad de nuestros actos, la deshumanización de otros, los sentimientos de anonimato y pérdida de necesidad de rendir cuentas, entre otros. Podemos entonces hacer cosas que nunca hubiésemos imaginado que pudiéramos hacer sin las influencias sociales de ese momento y lugar.
En la simulación de la cárcel de la universidad de Standford, personas que eran buenas y tranquilas se comportaban como verdaderos tiranos. Aquellos alumnos no se comportaban así porque fueran personas agresivas (atribución de rasgos disposicionales), sino por la situación.
Siempre he pensado que yo era una persona cariñosa y bondadosa, fuera cual fuera la situación, pero ya no podría afirmarlo nunca más.
El experimento causó mucho impacto en mi forma de ver las cosas, incluso de verme a mí misma. Ya no podía pensar que las personas que me rodeaban eran personas buenas, pues todos podíamos llegar a ser agresivos dependiendo de la situación.
Heredamos los mecanismos psicológicos y también las tendencias conductuales, pero los hechos y circunstancias que nos rodean son diferentes en cada uno de nosotros.
El profesor Zimbardo pone todo esto de manifiesto en su experimento. Él no haría nunca una descripción de la persona según sus rasgos, sino que definiría la situación en la que se encuentra. Lo importante a la hora de juzgar la conducta de las personas era el entorno.
Buscando otros ejemplos que confirmaran la teoría de Zimbardo, me acordé de una película que vi hace poco, “Celda 211”. Un funcionario de prisiones de lo más normal acaba matando a un policía, después de haberse hecho pasar por preso durante una semana. Una persona que siempre había sido buena, se había convertido en un criminal.
¿Podría yo misma convertirme en delincuente? Quizá si no tuviera comida o si viera cómo le dan un golpe a mi esposa embarazada (poniéndome en la piel del protagonista de la película), podría llegar a hacer cosas que ahora ni podría imaginar.
El experimento me rondaba en la cabeza, así que decidí indagar un poco más en los propósitos del profesor Zimbardo. ¿Qué le hizo llegar a realizar este estudio?
Su experimento era como recrear una tragedia griega. ¿Qué pasaría si ponemos a unas personas buenas en un lugar malvado?
Los estudiantes que hicieron el papel de guardias empezaron a reducir con violencia física a los estudiantes que hacían de reclusos, que se habían revelado porque no querían llevar ni el uniforme ni los números que les diferenciaban. Después de prohibirles las agresiones físicas, empezaron a humillarles con violencia psicológica.
El experimento iba a tener una duración de dos semanas, pero tuvo que suspenderse a los seis días de su comienzo debido a los efectos negativos que había provocado en los participantes.
Por un lado los estudiantes guardias habían desarrollado unos niveles altos de crueldad y los estudiantes reclusos se habían empezado a mostrar pasivos y deprimidos.
Solomon Asch en 1953, demuestra la conformidad de una persona bajo la presión del grupo.
Pero no solo la conformidad actuaba en estas circunstancias. Los guardianes llevaban gafas de sol que les cubrían la cara, quizá el anonimato les daba libertad para llevar a cabo la violencia, como si ocultando tu identidad te despojaras de las responsabilidades de tus actos y las consecuencias de tu comportamiento.
¿Por qué obedecieron? Porque se sentían impotentes para resistir. Su sentido de la realidad había dado un vuelco y ya no percibían el encarcelamiento como un experimento.
¿Somos esclavos de las circunstancias? ¿Qué pasa entonces con nuestros valores y creencias? Humillar, dominar, discriminar… ¿es la naturaleza humana?
Me sentí mejor cuando en el video vi que los estudiantes hablaban después y explicaban su vivencia.
Una vez concluido el experimento y después de un seguimiento, se observó en los participantes que este no había afectado a su personalidad y que habían vuelto a ser los mismos de antes. Al quitarse el uniforme, volvían a comportarse como siempre.
Si afirmamos, como decía Rousseau, que “el niño es bueno por naturaleza”, nos hacemos la siguiente pregunta ¿Qué vuelve malas a las personas?
Podemos pensar en los ambientes más desfavorecidos, donde la delincuencia es un continuo. Quizá la pobreza y el fracaso influyan en nuestras conductas. Pero entonces, las personas ricas que están rodeadas de éxitos, deberían ser todas buenas.
También está la idea budista de que el ser humano es amable, pero por otro lado está la idea occidental de que somos agresivos y nuestra naturaleza es mala. ¿Es un falso debate?
Antes de conocer este experimento pensaba que nacíamos con la capacidad de ser buenos o malos, y que nosotros podíamos controlar y decidir ser los héroes o los villanos.
Para el profesor Zimbardo es nuestra mente la que controla si seremos buenos o malos, creativos o destructivos, pero dice algo que resulta muy interesante: no puede haber bondad si no hay maldad. Por ejemplo, pensemos en una situación en la que una persona defiende a otra en una reyerta. Esta misma situación hace que alguien cometa actos terribles, pero a la vez hace que otra persona sea un héroe.
Pero, ¿quién es responsable de esto? ¿La propia persona, la institución, el sistema?
En clase también habíamos visto un video de estudio parecido: el experimento de Milgram. Hablábamos de los crímenes nazis en Alemania y de cómo las personas podían ser seguir a un cruel dictador.
Milgram resume el experimento en su artículo "Los peligros de la obediencia" en 1974 escribiendo:
Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.
Stanley Milgram. The Perils of Obedience (“Los peligros de la obediencia”. 1974)
La diferencia de este experimento con el del profesor Zimbardo, era que éste último no había puesto a ninguna autoridad que le presionara para hacer el mal a otras personas.
Pero en el Holocausto no todas las personas fueron malas, también hubo gente que ayudó a los judíos arriesgando su vida.
Otro documental que vimos en clase fue el de una clase dividida por niños de ojos verdes y ojos marrones. Tras la muerte de Martin Luther King, a la profesora norteamericana Jane Elliott se le ocurrió un ejercicio para poner en práctica con sus alumnos de primaria, para concienciarlos sobre el efecto que tiene la discriminación. La profesora les dijo que los chicos de ojos azules eran más inteligentes y más buenos frente a los de ojos marrones, más torpes y más tontos. Al final los niños realmente lo creían, y los de los ojos azules se sentían superiores y libres para humillar a los otros.
Otra vez personas buenas e inocentes se habían transformado en crueles y sádicas. Además, este experimento pone de manifiesto qué fácil es construir una situación de prejuicio.
Intento buscar siempre las aplicaciones de lo que aprendo al mundo educativo, como futura maestra u orientadora de un centro escolar. Por eso me interesaba mucho qué opinaba el profesor Zimbardo acerca de los más pequeños y el papel de los profesores.
Los niños no nacen malos, sino con plantillas mentales para hacer cosas buenas o malas dependiendo de las influencias del entorno, de los contextos de comportamiento en los que viven, juegan y trabajan. Los niños que crecen en guetos, en zonas de guerra, en familias maltratadoras, en las calles, o como milicias infantiles secuestradas por diversas fuerzas rebeldes, viven contextos muy distintos de los niños en entornos privilegiados, no porque tengan cerebros inferiores o personalidades patológicas, sino por las fuerzas negativas del entorno que actúan sobre ellos. Incluso en ambientes menos hostiles, los niños buenos pueden empezar a hacer cosas malas por su grupo de amigos, que establece las normas para ser aceptados en el círculo mágico. Algunas veces eso consiste en molestar a otros niños, rechazarlos o incluso acosar a los que se etiquetan como diferentes, como inferiores; difunden rumores, pueden arruinar la reputación de otros niños permanentemente. Una nueva forma de maldad infantil es el "ciber-acoso", que consiste en poner mensajes en el web, sitios como My Space o FaceBook, difamando a otros niños y niñas como "zorras", chivatos, homosexuales, etc. Este acoso anónimo envía el mal hacia el mundo sin que los afectados puedan defenderse. Hace poco, un niño se suicidó por culpa de esos insultos, y algunos padres han sacado a los niños del colegio y han tenido que enseñarles en casa. En mi opinión, es una forma de mal que hiere y perjudica a niños inocentes y sus familias, que deberían prevenir los que tendrían que regular esos sitios, pero también los profesores y supervisores que deben dejar claro que va a haber tolerancia cero para cualquier tipo de acoso.
El profesor Zimbardo afirma que debemos educar a los niños para que piensen que son héroes a la espera. Pero no héroes de película, sino personas normales y corrientes que ayudan a los demás. De ahí la importancia de ensalzar estas conductas: hacer favores, no ser egocéntricos, no ser “yo” sino ser “nosotros”, hacer sentir especiales a los demás o hacer un cumplido.
Había cambiado mi manera de verme a mí misma, mis esquemas, y estaba un poco decepcionada por la idea de que todos podíamos ser personas malas.
El conformismo y la fragilidad de nuestra personalidad me habían decepcionado.
Pero también me di cuenta de la importancia de conocer estos mecanismos psicológicos sociales para no caer en sus trampas ni como víctima de las mismas ni como verdugo irracional y para denunciar, dónde corresponda, los casos de injusticia que conozcamos.
Me viene a la cabeza la famosa frase de Ortega y Gasset, “yo soy yo y mi circunstancia”. La psicología social me ha ayudado a entender cuánta razón tenía el filósofo.
La obediencia a la autoridad, la conformidad, el rol y las circunstancias forman parte de la formación de las conductas que las personas realizamos en situaciones extremas.
La situación experimental de Zimbardo demostró que, según las circunstancias en las que nos encontremos los seres humanos, actuaremos de una determinada manera que puede ser muy diferente a la que practicamos en nuestra vida cotidiana.
Si nos paramos a analizar diferentes contextos, en los que diariamente nos movemos, la situación no deja de ser similar a este experimento. Cuando entramos en el mundo laboral, por ejemplo, personas que han tenido un status de categoría inferior y consiguen un ascenso, pueden pasar de ser estupendos compañeros a convertirse en jefes autoritarios que abusen de su nuevo status de poder y, del mismo modo, los que antes habían sido sus compañeros se muestran sumisos a su autoridad.
Lo importante es entender las causas y los modos en los que la mayor parte de nosotros podemos acabar en las filas de los malos, porque así estamos en una mejor disposición para evitar esas situaciones, minimizar su impacto en nosotros e, incluso, enfrentarnos y oponernos a ellas.
"En aquel punto, le dije:
- Escucha, tú no eres el recluso #819. Tú eres [su nombre] y yo me llamo Dr. Zimbardo. Soy psicólogo y no superintendente de prisiones, y esto no es una cárcel real. Esto es sólo un experimento y aquellos chicos, como tú, son estudiantes y no reclusos. Vámonos.
Dejó de llorar de golpe, me miró como un niño pequeño que acaba de despertar de una pesadilla y contestó:
- De acuerdo, vámonos."
- Escucha, tú no eres el recluso #819. Tú eres [su nombre] y yo me llamo Dr. Zimbardo. Soy psicólogo y no superintendente de prisiones, y esto no es una cárcel real. Esto es sólo un experimento y aquellos chicos, como tú, son estudiantes y no reclusos. Vámonos.
Dejó de llorar de golpe, me miró como un niño pequeño que acaba de despertar de una pesadilla y contestó:
- De acuerdo, vámonos."
(Dr. Philip Zimbardo, 1971)
BIBLIOGRAFÍA:
- “El experimento de la prisión de Standford”. Documental (P. Zimbardo).
- “La pendiente resbaladiza de la maldad”. Entrevista E. Punset a P. Zimbardo en Redes.
- “Experimento de la cárcel del Standford”. Página oficial.
- “¿Por qué los chicos buenos hacen cosas malas?” Entrevista para el magazine Kindsein pos Myriam López Blanco.
- “El efecto Lucifer”, Zimbardo, P. G. (2007).
Vídeos (en inglés):
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